viernes, 3 de mayo de 2013

03-05-2013 Ruta Caracenillera con barro Botijero

Sin madrugones ni desplazamientos motorizados, un lujo solo al alcance de pueblitos rodeados de campo, donde desde el kilómetro cero ya estas disfrutando.

Nueve de la mañana. Nerviosos y con ganas de empezar a rodar se presentan en la plaza Agus, Edu, Angel y Juanjo. Pero tenemos que demorar la salida. La única SMIERDALIZED que nos acompaña (no podía ser otra), la de Angel, se presenta con poca presión en su rueda trasera, lo que nos obliga a demorar la salida. Una cosa tan sencilla como dar aire a una rueda no sabéis como se puede llegar a complicar. Hasta tres bombas pasaron por las manos de estos bikers... bikers, no, GLOBEROS intrusos a más no poder... Hasta que llegó el Centella a poner orden: “dejadme a mí, inútiles” fueron sus cartas de presentación. A los diez segundos, con una facilidad pasmosa, se había cargado la bomba del Maestro y la rueda seguía exactamente igual. De nada le sirvió echarle las culpas al DECARTON y las mierdas que venden. Hay que ser burro para partir una bomba en diez segundos. Le ascendemos a GLOBERO ILUSTRE, ja,ja,jaaaaa.

Una vez que conseguimos meter presión a la dichosa rueda, Agus ya estaba a punto de inflarla a soplidos, nos pusimos en marcha. Para entrar en calor decidimos subir al pino. Así, sin más. Decir que el día amaneció magnifico, soleado y caluroso como hacía tiempo que no lo veíamos, por lo que no sé todavía porque tuvimos que subir al pino para entrar en calor. Aún estoy dándole vueltas. El caso es que como montaba mi flamante BH, puro carbono... bueno..., puro hierro, hasta que me hice con los cambios y esas cosas, no fui capaz de subirlo y me quede en la misma curva de siempre. Ya empieza a desesperarme. Jelete y Edu sí. Subieron de tirón, con dos cojones.

Una vez arriba me pongo en cabeza para guiarles entre piedras y sembraos. Van saliendo a nuestro paso conejos, o liebres, o lo que fuese, ágiles, rápidos y enormes como caballos. Nuestra ruta discurre después, por el Fontarrón hasta Pineda. El portador del track, Jelete, avisa: “batería baja”. Llegando a este pueblito, Pineda, comienza el calvario que íbamos a padecer durante toda la ruta. Aunque los caminos, pese a lo llovido y nevado en días anteriores, estaban inusitadamente secos, encontrábamos tramos tremendamente embarrados, con charcos kilométricos, con el clásico barro botijero de la zona, que se pega hasta bloquear horquillas, cambios y todo tipo de mecanismos que se expongan a su majestuosa untuosidad. Así al entrar al pueblo tuvimos que parar para quitar los bolos de barro acumulados en las bicicletas, tarea esta que resultó inútil, porque dos kilómetros más allá estábamos otra vez igual. Y a los tres kilómetros otra vez. Y así toda la ruta, barro, barro y más barro, que nos mantuvo buena parte de la mañana con plato pequeño luchando contra las fricciones.

Bajo estas condiciones salimos de Pineda con rumbo a Villar del Horno, donde nuestros problemas con el barro se hicieron más patentes. Un trecho del camino se comparte con un riachuelillo que en su vida había llevado agua. Pues hoy si llevaba. Y bastante. El Centella a punto estuvo de caer en una pequeña charca que allí se había formado. En esto que Jelete, el portador del track, da otro aviso: “Me estoy quedando sin batería”. Dura ascensión para salir de este tremendo barrizal, que al ir ganado altura comienza a ser más llevadero. Tranquilamente Jelete, nos comenta que definitivamente nos hemos quedado sin batería en el GPS, por lo que tuvimos que preguntar a unos aldeanos donde coño estaba el pueblo. ¿Aonde vinis?, nos preguntan. De Caracenilla, respondemos. Tais locos, anda que si vinis ayerrrrrr, pues no había barro ni na. No habíais llegao, no. Nosotros nos quedamos trancaos con el carroooo, te digo na¡¡¡¡¡

Llegamos, por fin, a Villar del Horno. Hasta la mismísima plaza. Pueblo desierto. No nos cruzamos nada más que con el del pan que iba pitando como un poseso y no salía nadie a comprarle ni una mísera barra. Nos tomamos las barritas revitalizantes allí mismo. Cada uno se afanaba en lo suyo. Mientras Edu, sin más contemplaciones, metía la bicicleta en la fuente del pueblo, yo, con un palito, estuve retirando el barro de la horquilla por enésima vez. Jelete rebuscaba otra batería consiguiendo revivir el GPS, mientras Agus trataba de desembarazarse del barro que cubría su calzado, dejando todas las esquinas que encontró, impregnadas con él.

Con nuestro GPS resucitado, pusimos rumbo a Villarejo de la Peñuela. Edu nos lo explicaba: “Simplemente tenemos que atravesar aquella montaña y detrás mismo está el pueblo”. Lo de “simplemente” se lo podía haber ahorrado en sus explicaciones. Costarron largo y tendido a tramos mas llevadero, a tramos menos llevadero según su pendiente, pero siempre en constante ascenso, largo y duro donde Jelete sacó fuerzas y emulando a la bestia... (Jantonio, joder) nos dejó tiraos sufriendo por las duras rampas. Una vez coronada llegaba el descenso, rápido y sinuoso, donde relajamos las piernas un poco tras el esfuerzo. Y llegamos a Villarejo. Ni un alma tampoco. No nos cruzamos con nadie. Parecen pueblos fantasmas. Las chimeneas de las casas humeando, pero ni un alma en las calles. Como ya era tarde volvimos a Caracenilla por carretera. Joder, que panzá a pedalear. Casi nos cansamos más en este trecho, por carretera asfaltada, que en toda la mañana por el barro. Vaya ritmo que nos impusimos. Maaadre mía, que velocidades, que pedaleos, que ritmos... Llegada al pueblo donde, me imagino, se tomarían los merecidos porrones. Me imagino, digo, porque yo me quede en casa directamente, porque tenía un poco de prisa. Ale, otros cuarenta y tantos kilómetros hechos... he estranado mi casco nuevo y no lo he roto esta vez, impresionante¡¡¡¡¡¡¡
el Maestro


No hay comentarios:

Publicar un comentario